Llega ese día. Ese día en que te das cuenta de lo que has vivido. De cómo cambian las relaciones. De cómo una persona con la que has compartido tu más profunda intimidad no es capaz de decirte ni un simple “hola”, y que si lo hace, intenta que sea lo más rápido posible. De cómo una persona con la que has compartido risas, llantos, confesiones y un apoyo mutuo, cambia de la noche a la mañana, ya no es la misma que era, y ya no te apetece ni decirla “hola”, ni sonreirla, ni cruzar una mirada. De cómo, por orgullo, esa persona deja de hablarte sin darte una explicación. De cómo, las personas a las que veías día tras día, se convierten en personas a las que sólo ves de vez en cuando, porque no se puede, o porque no te apetece.
Y también te das cuenta de las personas que siguen ahí. De cómo una persona pasa por tu vida como un tifón, arrasando con todo y dejando una huella enorme. De cómo esa persona, con la que también has compartido tus sentimientos más profundos, es capaz de seguir a tu lado, aunque ya no seáis más que amigos, porque merece la pena seguir siendo amigos, aunque cueste. Y de cómo tú también eres capaz de seguir al lado de esa persona, viéndola feliz con otra, y que eso te haga feliz a ti también.
Y te das cuenta de lo afortunada que eres ahora, porque aunque hayas perdido mucho, lo que se ha quedado, no puede ser mejor. Cómo, con cada sonrisa, puedes olvidarte del mundo, del pasado y de lo que está por venir. Sólo vives el presente, que no puede ser más bonito.
Lo que se fue, no merecía la pena, lo que se ha quedado, hay que conservarlo como si fuese la vida en ello, porque, en realidad, es tu vida la que depende de ello.
Yaiza Sánchez
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